
La educación tiene tantas asignaturas pendientes que no sé por dónde empezar. Una de ellas, y quizás la más básica, es que todavía no ha sabido adaptarse a los tiempos que corren. Gran parte del alumnado que estudia o está a punto de hacerlo tanto en las universidades como en otro tipo de estudios/ciclos medios y superiores todavía lo hacen como en el siglo pasado. Aunque el mundo no pare de avanzar, la educación, hasta ahora parece atrapada en un túnel del tiempo, del que no encuentra la salida… y la crisis del COVID-19 no ha hecho más que agravar esta situación.
Este pasado verano escuchaba la noticia referente a España, en la que se comentaba que empresas andaluzas estaban pagando a la administración para realizar cursos de formación a desempleados, o a jóvenes con la educación obligatoria terminada, para trabajar. Esos empresarios alegaban que la formación que recibían aquellas personas que se decidían por un ciclo de grado medio o de grado superior, lo que también se denomina formación profesional, no se correspondía con las necesidades que tenían ellos como empresarios y que esta opción era su única salida para encontrar personal capacitado.
Quizás quién esté leyendo esto, le pueda parecer un caso aislado, pero creedme que es más frecuente de lo que podría parecer en la mayor parte de países del mundo, y no sólo se da en la formación profesional sino también en la secundaria no obligatoria y en la universidad.
Se nos ha quedado caduco aquello que si tienes un título universitario podrás conseguir un mejor trabajo. No dudo que haya algunas profesiones que así sea, ya que de hecho, para ejercer algunas es imprescindible pasar por la universidad, por ejemplo, Medicina. Pero en muchos otros casos, como las profesiones audiovisuales, algunas ingenierías informáticas, y muchas nuevas profesiones que están apareciendo, la universidad puede empezar a ser vista como un lastre o como un lugar poco interesante al que acudir ya que empiezan a existir formaciones más abiertas y no tan regladas que capacitan más y mejor a sus estudiantes y les preparan para cumplir con las necesidades y con los requisitos que les pedirán sus futuras empresas.
Entonces, ante esto, ¿qué hacemos? Quedarnos con los brazos cruzados, no es una opción. Debemos abandonar el inmovilismo y empezar a pensar qué y cómo tienen que formarse los estudiantes hoy. En un mundo repleto de información y conocimiento a golpe de clic, las metodologías de aprendizaje no pueden ser las mismas que cuando no teníamos internet en la palma de nuestra mano.
Una de las tendencias educativas que está avanzando en más países en la última década es el aprendizaje por competencias. Esta metodología se basa en conocimientos, procedimientos y actitudes, es decir, saber, saber hacer, saber ser y saber estar. Es un conocimiento flexible y continuo, ya que se prolonga a lo largo del tiempo y va mejorando con su propia experiencia vital.
A los seguidores de métodos más tradicionales, en un principio, trabajar por competencias les puede resultar complicado, pero hay ya muchas experiencias de transformación en este sentido en el mundo. Y, aunque algunos de ellos, puedan pensar que rebaja el nivel de exigencia, esto no deja de ser un mito, ya que hay suficiente evidencia científica publicada en el sentido contrario, siempre que el trabajo por competencias se realice bien.
La pregunta que surge aquí es ¿cómo trasladamos este aprendizaje por competencias, a ciclos medios o superiores o a la universidad? Evidentemente, los cambios educativos no suceden de la noche al día y más si es un cambio de enfoque tan importante como éste que no sólo implica un reenfoque y reordenación de los conocimientos a transmitir, sino también un cambio de marco mental (y por tanto una formación y acompañamiento) de quién los imparte.
Lo más importante es querer dar el paso, estar dispuesto y preparado para una transformación de este tipo, que debe implicar también un cambio en el rol del alumno y del profesor y un cambio de cultura interna de la institución educativa. Es necesario un fuerte liderazgo del equipo directivo de la escuela o universidad que desea realizar una transformación en esta dirección, y disponer también de una ayuda externa, un asesoramiento, que pueda asegurar mediante un acompañamiento activo llevar a buen puerto un proceso que lleva tiempo.
Estamos en un momento clave, los efectos de la pandemia parecen disiparse poco a poco y algunos pueden empezar a pensar que ya no es necesario este cambio, pero se equivocan. Ahora es cuando se necesita un proyecto de cambio profundo, ese impulso, esa fuerza que haga que todo avance. No hay lugar para volver a la casilla de salida, el cambio educativo ya ha empezado y las instituciones educativas no se pueden quedar atrás.
Algunas de estas instituciones educativas ya hace algunos años que transitan por este camino de transformación profunda de sus métodos de enseñar y aprender, y avanzan construyendo la educación superior que este siglo requiere. Cuando queráis lo hablamos más a fondo.
Xavier Aragay
Presidente de Reimagine Education